No recuerdo cuál o en qué circunstancias leí el primer libro de Stephen King. En mi casa no existían libros, excepto una humedecida biblioteca religiosa en el baño. En el colegio nunca me lo hicieron leer. No sé si era adolescente o ya estaba en la universidad cuando lo leí. Sí recuerdo haber leído Carrie, y posteriormente haber visto la película de 1976. Recuerdo haber leído Misery y luego haber visto la película de 1990. Lo mismo me pasó con leer Christine y luego ver la película de 1983. Era un autor de terror con libros y películas, esa mezcla era una bomba, porque yo escribía y estudiaba cine.
Mis primeros cuentos no los expulsé de mi interior porque algún autor literario me incitara a hacerlo. No tenía experiencia con las letras, además de lo que me hicieron leer obligadamente en la escuela. Mi escuela no tenía una biblioteca como en Matilda. Las bibliotecas eran lugares fríos y académicos, con detectores por si te robabas un libro. Mi familia no gastaba en comprar libros originales, si no pillaba el libro que me hicieron leer en la feria a 500 pesos, aunque sea la fotocopia en blanco y negro, me lo tenía que conseguir con otros compañero que sí se lo compraron. Pero ¿leer por gusto? ¿Comprarte un libro solo porque quieres leerlo y guardarlo? Eso no tenía sentido.
Para mí los libros eran esos que te imponían los profesores para luego hacerte una prueba de memoria, algo de gente muy intelectual y presumida, o libros religiosos impuestos por la familia. En general la literatura no fue un sinónimo de disfrute, fue una imposición y obligatoriedad. Las letras me parecían difíciles de entender, ostentosas, letárgicas y exageradas, algo que una niña como yo jamás podría aspirar. Por eso para mí escribir no era ser un autor literario, ¡qué horror!, para mí escribir era ver una película entretenida, jugar un videojuego, contarle una historia a tu amiga para asustarla. Eso escribía.
Conocer al rey del terror Stephen King, en el tiempo que sea o la circunstancia que sea, me cambió esa forma de ver las letras y me hizo sentir lectora por el gusto de leer. Me hizo sentir ese disfrutar que ya sentía con el cine. Leer a un autor que también escribía para entretener, que hablaba de situaciones cotidianas que se transformaban en fantásticos relatos y libros grandes (llamaba así a las novelas) que lograba terminar porque quería y no por una prueba a final del mes, era todo un orgullo personal.
Los libros de Stephen King rompieron esa idea que lo literario era pomposo y académico. Mi imaginario de que los que leían eran gente intelectual, con mejor educación y más inteligentes que yo, eso rompió King en mi vida. Porque lograr terminar de leer un libro grande me hizo sentir tan bien. Decirle a alguien que terminé de leer un libro de 200 páginas, aunque demorara meses, y contarle de qué trataba el libro, me hizo sentir tan especial en esos años.
Recuerdo que en Misery -sin el imaginario de Kathy Bates como Annie Wilkes- me iba imaginando a este personaje demente, grande, fuerte y obsesionado con una persona. Iba creando a esta mujer malvada, pero tan humana, solitaria y enamorada de la ficción. Sentía fascinación por lo que haría y angustia por el escritor, pero al mismo tiempo ese deseo morboso de saber qué le pasaría, si sufriría más… Aprendí de descripciones simples sin adornos.
En Carrie, la niña religiosa vulnerable y rarita de la que todos se reían, ¡cómo no sentirme turbada si esa niña podía ser perfectamente yo! El deseo que sí se vengara de la madre y sus compañeros, eso traspasó de las letras a mi vida personal. Cuando de alguna forma el lector se vuelve villano antes que el protagonista y desea peores cosas. O cuando te vuelves tan cómplice de los crímenes que pareces enterrar los cuerpos junto con el asesino. Leía esas páginas y mi cabeza viajaba a miles de situaciones que tenía que escribir como una poseída. ¡Existía tanto qué decir! ¡Tanto que explorar! ¡Tantas situaciones que plasmar en papel!
Estos libros me hicieron viajar y esconderme. Me ayudaron a salir de mi cabeza y a la vez a entrar en mi cabeza. Es un poco así como funciona el miedo. Estas situaciones imposibles donde te metes y te retuerces y sabes que acabará todo mal, pero sigues caminando sin prender la luz. El eterno susto y grito palpitante. Es lo que nos mantiene vivos en base a adrenalina, sugestión y deseos perversos.